Mi primer contacto con el mundo del yoga tuvo lugar a través de mi madre, a mediados de los años ochenta, cuando para muchos era una práctica que casi asemejaban a la pertenencia a una secta.
Recuerdo verla vestida de blanco, practicando posturas en el salón de casa, y a veces, incluso me llevaba con ella al lugar donde recibía las clases. Puede que en aquel momento no fuera consciente de ello, pero ahora tengo la certeza de que aquellos primeros contactos sembraron en mí una semilla que, con el tiempo, ha brotado de una forma maravillosa.
Pasaron los años (más de los que me atrevo a confesar), y heme aquí que me aventuré a acercarme a una escuela de yoga ubicada cerca de casa.
Siempre había sentido atracción hacia ese mundo, y todo lo que representaba. Me considero una persona espiritual, sensible a cuanto me rodea, y lo uno llevó a lo otro. Me apunté a las clases, y solo hizo falta una para darme cuenta de que había encontrado mi camino. Pienso que todo en mi vida me había dirigido en esa dirección, sin yo ser consciente de ello. Lo que puedo decir, es que salí de aquella primera clase ilusionada, convencida de que había encontrado mi verdadera vocación.
Si existe el amor a primera vista, yo lo experimenté con el yoga, y os puede asegurar que es una sensación indescriptible.
En el yoga he encontrado la simbiosis perfecta entre el cuerpo, la mente y el espíritu. Gracias a su práctica he sido capaz de conocerme mejor, así como a los que me rodean. Creo que me ha hecho mejor persona, y me ha imbuido la necesidad de transmitirlo al resto de personas con las que comparto este mundo.
Quisiera que este blog quedase como un testimonio personal, la pequeña huella de mi camino por el yoga. No soy ejemplo de nada, ni lo pretendo. Solo deseo que disfrutéis de su lectura, y podáis encontrar algo que os merezca la pena.
Hari Om Tat Sat.
Om Shanti.